lunes, 15 de diciembre de 2008

Magia navideña en una ciudad medieval - Óbidos (Portugal)

El consumismo ha destrozado, o por lo menos lo ha intentado, el espíritu navideño, aunque a veces hay rincones en los que queda espacio para la esperanza. En Portugal, en la costa, hay una pequeña ciudad medieval, Óbidos, que todavía conserva la magia de la Navidad. Ser niño en ella es fantástico, pero ser adulto también.Antes de atravesar la secular muralla, te recibe una pasarela de diversos y variopintos árboles de Navidad. Una vez dentro, las luces y los bastones de caramelo gigantes, te van preparando para entrar en la Vila de Natal, pero antes, un nacimiento enorme, al que no le faltan ni los reyes, ni la estrella de Belén, ni la mula, ni el buey, decora la plaza principal, la de Santa María. Sin olvidarnos de los mil Papá Noel que se reúnen en la Casa do Pelourinho. Después, subiendo hacia el castillo, que parece que está encantado con todas las murallas y torres iluminadas, nos encontramos soldaditos de plomo, golosinas gigantes y duendes, protegidos por un techo de luces que cubre las calles. Te van guiando hacia el maravilloso mundo de Cascanueces, tema elegido este año para recrear este mundo de ilusión y fantasía que es la Vila de Natal, un recinto muy particular dentro de esta ciudad navideña.La entrada al mundo de los sueños está esperándonos. El atrio representa un palacio donde nos reciben los ratones, los malos del cuento del alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann. Nos espera la oficina del relojero, donde fue creado el personaje de Cascanueces, y un libro gigante que resume la historia de una niña que la noche de Navidad recibió de su padrino, un famoso relojero de Nuremberg, un cascanueces con figura de soldado.A partir de ahí, entre casetas en forma de pastel y golosinas gigantes, nos encontramos la tierra del hielo, en donde podemos pasear por montañas heladas en un trineo en forma de cisne dorado. Hay un bosque encantado, en el que se puede saltar de árbol a árbol por un puente mágico. Para coger energía, vamos a la aldea de los dulces, con hadas de azúcar y divertidos juegos con los personajes del cuento, donde además podremos comer algodones de azúcar, caramelos y chocolates.Para librarnos de tanto dulce, llegamos a la aldea de los soldaditos de plomo, llena de aventuras, o al bosque nevado, en donde se puede jugar con los muñecos vivientes de nieve que andan por allí. Si lo que queremos son aventuras con más adrenalina las opciones son variadas: la pista de hielo, la rampa de esquí, los ponis o las colchonetas hinchables. Sin olvidarnos de los espectáculos de magia, el teatro o los bailes, y por supuesto, la cara de los niños, que están fuera de sí, y la de algunos adultos, que quisieran volver a ser niños.Pero antes de irnos, queda la visita más importante: la casa de Papá Noel. Allí el gordito hombre de rojo con barba blanca nos recibe sentado en su mecedora al pie de la chimenea y escucha atento todos los deseos de Navidad de los niños y de algún que otro mayor que no renuncia a serlo.Ojalá todo fuese tan fácil, pero soñar no cuesta nada.

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